Caraduras
Andrés Zepeda /EL BOBO DE LA CAJA lacajaboba[at]gmail.com
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¡A eso le llamo ser caraduras!
Los edificios que conforman el campus central de la Universidad Francisco Marroquín fueron construidos con fondos públicos donados por el Gobierno de los Estados Unidos (para quien no me crea, al pie de cada uno de ellos están las placas de agradecimiento).
¿Desliz o cinismo? ¿Laxitud de índole pragmática o simple y llana estafa intelectual? A saber. Lo cierto es que si algo distingue a los marroquinianos (a sus tótems académicos, a su cuerpo docente, a su estudiantado y a sus exalumnos, cuyos más conspicuos representantes han sabido ocupar espacios en casi todos los medios masivos) es la aparente convicción con que predican eso de dejar que las fuerzas del mercado cabalguen a sus anchas sin intervención alguna de los gobiernos. Es necesario –así dicen, yo no me lo estoy inventando– reducir las funciones del Estado a su mínima expresión.
Tenemos, pues, que por un lado se oponen al pago de impuestos pero por el otro se sirven de éstos (vía subvenciones estatales) para hacer realidad su proyecto académico, cuyo ideario contradice flagrantemente las prácticas concretas que, por fortuna, no se han tomado la molestia de disimular. ¡A eso le llamo yo ser caraduras!
Dudo mucho que la población estudiantil discípula de Hayek y Von Mises, ya fatalmente indoctrinada en medio de aquel oasis de verdor y de eficiencia que es la Marro, esté en condiciones de percibir el alcance moral de tamaña inconsistencia, pero si así fuera, a los desencantados les sugiero no cambiarse de u: en las otras no les va a ir mejor, se los aseguro.
Ni se les vaya a ocurrir pasarse a ese adefesio sin pies ni cabeza llamado Usac: ahí las contradicciones entre el decir y el hacer son ya de metástasis. ¿La Disneylandívar? Un chiste. Se aprende más en el peladero que en las (j)aulas, lo sé porque me consta.
(Sigo).
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Principal surtidor y caja de resonancia del antiestatismo en Guatemala, la Universidad Francisco Marroquín está podrida desde sus cimientos…
Principal surtidor y caja de resonancia del antiestatismo en Guatemala, la Universidad Francisco Marroquín está podrida desde sus cimientos: los edificios que integran el campus central de tan encopetada casa de estudios fueron construidos –cáigase de espaldas a lo Condorito– con fondos públicos. ¡Plop!
Si es que aún siente algo de respeto por sí misma (y por sus alumnos), lo procedente sería que la junta directiva acordara demoler el complejo para levantar otro con dinero privado. De lo contrario, sugiero que presten sus instalaciones como sede para repartir bolsas solidarias.
Recomendaría, también, si a esas vamos (y luego dicen que uno es negativo porque sólo critica y nunca propone nada), utilizar alguno de los bonitos y modernos auditorios de la Marro para realizar mesas de diálogo encaminadas a lograr un pacto fiscal entre el gobierno y la cúpula de empresaurios.
¿Estaré pidiendo demasiado? No lo creo, pero en fin, ahí la dejo. Lo triste es que la UFM no está sola en eso de la podredumbre que la corroe desde el tuétano. Hace dos semanas me refería, de pasadita, también a la San Carlos y a la Disneylandívar –sé lo que digo: me gradué de ésta última y fui estudiante de aquélla.
Con la URL saldé mis cuentas pendientes con un texto, publicado hace diez años, al que titulé Manual del perfecto idiota landivariano y en el que señalaba la incoherencia entre sus cacareadas ínfulas de universidad católica y el pésimo servicio que prestaba… y sigue prestando.
La vigencia de lo expresado es tan reveladora como lamentable. Quien quiera leerlo puede escribirme a lacajaboba[at]gmail.com.
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¿Quiénes son los enemigos de la sociedad a los que Manuel Ayau combatió durante toda su vida?, pregunta Carlos Alberto Montaner en su prólogo al libro Sentido Común: 50 años de congruencia liberal (UFM, 2011). Y responde: “En primer lugar, el Estado, secuestrado por intereses particulares”. De inmediato nos recuerda a J. Locke, quien abogaba por un Estado árbitro y no jugador ni dispensador de privilegios; citando también a F. Bastiat, para quien “el Estado es el instrumento por el cual las personas quieren vivir a costa de las demás”.
Es una burla constatar que tan loables reflexiones en torno al pensamiento del Muso encuentran muy poco asidero factual: los edificios de su obra más notable, la Universidad Francisco Marroquín (campus zona diez), fueron construidos con fondos públicos donados por el Gobierno de los Estados Unidos –quien quiera comprobarlo, al pie de cada uno de ellos están las placas de agradecimiento; el dinero fue otorgado a través del American Universities and Hospitals Abroad Program, administrado por la USAID. De manera, pues, que tan cacareada ‘congruencia liberal’ brilla por su ausencia. “Estados Unidos tiene perfecto derecho de ponernos condiciones mientras aceptemos sus regalos. Ese es el precio de ser limosnero”, estimaba Ayau en la columna que escribió para Prensa Libre, publicada el 13 de mayo del 2001 (op. cit., p. 212).
“¿Vale la pena recibir su ayuda condicionada?”, cuestiona más adelante el Muso, para luego sentenciar: “Si a cambio de dinero, cedemos ese poder a extraños, como ha dicho el doctor Armando de la Torre, habremos vendido la soberanía”. Amén.
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Con esta entrega de Caraduras concluyo la disección que he venido haciendo de la Universidad Francisco Marroquín, a lo largo de la cual me he propuesto revelar las discrepancias entre lo pedante de su prédica y lo rastrero de sus prácticas.
Si los hechos concretos que delatan a esa institución académica (empezando por cómo se construyeron los edificios del campus central) desdicen lo que se imparte en sus aulas, ¿qué puede uno esperar de los alumnos? Contrario a lo que ellos suponen, no basta con memorizar los preceptos liberales, repudiar (de palabra) el mercantilismo, graduarse con honores y sentirse promotores “éticos, jurídicos y económicos de una sociedad de personas libres y responsables”.
Al margen de tanta palabrería vacía, lo que casi todos los egresados de la Marro buscan (un brindis aquí por las siempre escasas pero honrosas excepciones) es alcanzar un ‘éxito profesional’ traducible en que los contraten como gerentes o abogados o médicos al servicio de quienes mantienen sofocada la economía nacional a fuerza de privilegios, exenciones y chanchullos contrarios, precisamente, a los principios que tanto aquéllos como éstos aseguran defender.
Mucho más fácil la tienen los retoños de la oligarquía nacional. La mayoría de ellos confluye felizmente en la UFM, tal vez porque sus padres la consideran una especie de extensión de sus dominios: un club privado de ‘gente de bien’ (con uno que otro becado, para que no digan). Ellos heredarán, sin más, las riendas corporativas y el peculio de papá.
Ya sólo falta que abran una escuela de Historia y elijan como decano a Carlos Sabino.
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“No se debe permitir el dinero público en entidades privadas”, expresó hace poco Víctor Pérez, rector de la Universidad de Chile; ya que “algunas son negocios y otras son irradiadores de ideologías”. ¿Qué hubieran respondido los de la Marro?
Además de haber recibido fondos de los contribuyentes gringos a través de USAID, me cuenta un lector que el terreno donde se encuentra la UFM era propiedad del Estado guatemalteco, específicamente de la Guardia de Honor, “y por medio de titulaciones supletorias fraudulentas se apropiaron de la tierra”. Sería bonito investigarlo más a fondo, dice.
Sí, sería bonito. Mucho más bonito si ellos mismos emprendieran la tarea con fines de esclarecimiento –y por qué no, también como acto de contrición en nombre de aquellos “principios éticos, jurídicos y económicos” aludidos en su declaratoria oficial de intenciones.
¿Qué tal si le encomendamos las pesquisas a Carlos Sabino? Digo, así dotaría de algún sentido crítico y de cierto rigor y precisión a la ‘Facultad’ de Historia a su cargo, y de paso pondría al alumnado marroquiniano en busca de evidencias que por su propio peso vendrían a desmontar, al menos en parte, el impune manoseo a la historia reciente de nuestro país.
La Marro –me explica otro lector– recibió donaciones del sector privado, deducibles del impuesto sobre la renta (el más aborrecido por la acaparadora élite propietaria nacional). Esto quiere decir que el Estado de Guatemala dejó de percibir el 31% de esas contribuciones. Se dice que la UFM les extendía un recibo por el doble o el triple de su monto real.
Habría que verles la contabilidad.
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