MALDITA GANANCIA
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Vivimos en la agitación constante, en un vertiginoso ir y venir sin saber de dónde partimos ni hacia dónde vamos. Continuas convocatorias a todo tipo de actos por parte de innumerables colectivos, plataformas, partidos, asambleas, mareas, sindicatos y coordinadoras siempre con la intención de dejar claro un posicionamiento más o menos contrario a cualquier aspecto de esta realidad social que nos golpea.
Uno tras otro se suceden los discursos, las proclamas, los manifiestos oscilando entre la defensa de lo que se consideran derechos inalienables y la llamada a la revolución contra el poder criminal que nos gobierna.
Finalmente, llega el desánimo y la deserción. El abandono de lo que se ha dado en llamar la lucha y la consiguiente disolución de toda la energía entre esa maraña indescifrable que forman conceptos como ciudadanía y vida cotidiana.
Sin embargo, se insiste una y otra vez en los mismos métodos con la esperanza de obtener resultados diferentes, o tal vez con el objetivo más retorcido de volver a obtener esos mismos resultados, es decir, la nada.
¡Revolución! Es sin duda una de las palabras más usadas de la historia de la humanidad y con tantos significados como seres humanos existen. A pesar de ello, hay una cuestión que inevitablemente hay que plantearse a la vista de los resultados de lo que se han considerado revoluciones a lo largo de la historia y que nos han traído hasta el momento presente.
¿Es posible una verdadera revolución si no va precedida de una evolución en las ideas que dominan nuestra vida y el modelo social impuesto?
En la actualidad vivimos en la sociedad de la ganancia y del interés, en la que todo gira en torno a la posibilidad de obtener un diferencial positivo de cada acción realizada. Esto es algo bastante obvio en la esfera económica puesto que está en la base del propio capitalismo. Este faro que ilumina todo el funcionamiento del sistema económico está íntimamente alimentado con el concepto de propiedad, puesto que para obtener una ganancia, un beneficio hay que poseer algo con lo que poder interactuar.
Posesión y ganancia, dos factores que inevitablemente conducen al tercer pilar: control. Hay que asegurar esa propiedad para obtener la ganancia. El sistema lo sabe y lo ejerce de una manera brutal a través de múltiples mecanismos.
La revolución tan anunciada y deseada pasa por ahí, por combatir ese triunvirato que sostiene todo el entramado. Sin embargo, para llegar a ese punto debe suceder que esas ideas evolucionen a nivel personal, porque ese trío ideológico también rige en nuestro día a día y no sólo en los asuntos económicos. El sistema se ha integrado de tal manera que cada paso que se da en la vida se analiza en función de la posible ganancia que se puede obtener (no sólo económica, también emocional, temporal y en cualquier otro parámetro que se nos ocurra). Así hemos oído en innumerables ocasiones cómo se analiza una relación interpersonal en función de si se ha sacado más de lo que se ha invertido en ella. Obviamente este análisis sólo es posible desde la creencia de la posesión de algo, tangible o no, que estimamos valioso.
Por eso, parece que el tiempo de la revolución no está cercano. Sin embargo, el tiempo de los actos revolucionarios esta aquí. Ahora mismo no hay nada más revolucionario al alcance de nuestras manos que renunciar a regir la vida humana por el criterio de la ganancia. Evolucionar hacia otros criterios personales nos acercará cada vez más hacia ese momento revolucionario que tanto necesita el conjunto de la humanidad. Sólo superando la creencia de que siempre hay que sacar algo de cada acto que se hace podremos plantearnos la construcción de otro mundo en el que el sufrimiento sea tan sólo un lejano recuerdo.
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