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¿Comunismo? ¿Anarquismo?

viernes, mayo 4th, 2012

Fuente : http://metiendoruido.com/2012/04/comunismo-anarquismo/

Extraido de Cuadernos de Negación N°2: «Clases Sociales, o la maldita costumbre de llamar a las cosas por su nombre»

“Queremos acabar con el capitalismo y eso no se consigue simplemente llamándose de unaforma u otra, como quien invoca un extraño conjuro.”
Grupo Ruptura. ¿Comunistas o anarquistas?[1]

“El comunismo no es una sociedad que alimentaría adecuadamente al hambriento, cuidaría al enfermo, alojaría al que no tiene casa, etc. No puede basarse en la satisfacción de las necesidades tal como existen hoy o incluso como podríamos imaginarlas en el futuro. El comunismo no produce suficiente para cada cual y lo distribuye equitativamente entre todos. Es un mundo en el que la gente entra en relaciones y en actos que (entre otras cosas) dan como resultado que sean capaces de alimentarse, cuidarse, alojarse… ellos mismos. El comunismo no es una organización social. Es una actividad. Es una comunidad humana.”

Gilles Dauvé. Declive y resurgimiento de la perspectiva comunista.

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Puede sorprender a muchos actualmente agitar por el comunismo y la anarquía, ya que ambas categorías están impregnadas (y no sin motivo) de demasiada basura, y algunos hasta las consideran antagónicas. Más allá de los rótulos[2] y lo que se dice, existe la realidad de lo que se hace: definirse como comunista-anarquista no significa que nuestra praxis necesariamente lo sea. De la misma manera, las formas de praxis que también se denominan comunistas-anarquistas, no necesariamente son llevadas adelante por individuos que se definen como tales. De hecho, la mayoría de las personas que participaron de los intentos revolucionarios no eran partidarias de tal o cual ideología revolucionaria.

Los ejemplos sobran: gran cantidad de auto-denominados comunistas cocorean sobre su internacionalismo y posición de clase, pero siempre en la práctica no hacen más que ubicarse en alguno de los dos bandos en las guerras capitalistas -preferentemente de la “nación más oprimida” o menos desarrollada para justificar ese “mal menor” que es el anti-imperialismo-. Otros auto-denominados comunistas pueden, también, afirmar la necesidad de destrucción del Estado, pero en su propia práctica asumen la defensa del mismo hasta el extremo, no sólo participando repetidas veces en elecciones parlamentarias, sino presionándolo una y otra vez a cumplir su función,
a parar su desequilibrio. En definitiva: a mantenerlo en pie, posponiendo su destrucción para el día del nunca jamás.

Así también, algunos otros auto-denominados anarquistas, supuestamente irreconciliables con el Estado, han llegado a ocupar puestos en el gobierno de la República en la España del ’36. Asimismo, existen ejemplos más autóctonos y más ninguneados como los anarquistas K[3] que apoyan activa y “críticamente” al gobierno de los Kirchner en la región argentina.

Entonces, lo aseveramos: reconocerse de tal o cual doctrina no garantiza nada. Y, además, siguen sobrando los motivos para seguir afirmando: preparamos las elecciones o bien, preparamos la revolución.

El comunismo y la anarquía no son un ideal a llegar: son formas de actividad y relaciones sociales, que se manifiestan como tendencia en las luchas reales y concretas contra el capital y la vida alienada en general.

Mediante el comunismo en anarquía no se pueden dar soluciones a los problemas del capitalismo, no se propone que éste sea más racional o moderno: esas son las bases del viejo mundo, y justamente se las quiere destruir, no mejorar, ya que esa es la tarea del reformismo y no de los revolucionarios. Entonces, cuando nos preguntan “¿Pero cómo es la sociedad que ustedes proponen?”, concluimos: esperando las respuestas a los interrogantes de este mundo, no están fallando las respuestas, está fallando la pregunta. La anarquía no es entonces un montón de medidas que se tomarán el día después de la revolución, es lo que hacemos hoy para llegar a los días de la revolución, o para desenvolvernos mejor en situaciones prerevolucionarias.

Comprendemos que décadas y décadas de contra-revolución y pasividad a cargo de “comunistas” y “anarquistas” provocan desagrado por esos conceptos: los países llamados “comunistas”, grupúsculos nacionalistas, populistas, stalinistas, troskistas, leninistas, maoístas, por un lado; y liberales, artistas, oportunistas, pacifistas, intelectuales, punks narcotizados, hippies adictos al consumo de miseria y demases vómitos de la subcultura, por el otro… sólo han servido para obstaculizar el desarrollo de las herramientas para la auto-supresión de nuestra clase. Pero, así y todo, nos negamos a despreciar todo el arsenal del movimiento revolucionario, ya que es parte de nuestra historia y no permitiremos que quede en manos de los imbéciles de siempre.

Entendemos la actividad revolucionaria como una tensión[4], ya que excede lo que podría ser una filosofía, una teoría política o hasta una práctica: es un modo de concebir la vida, de involucrarse en lo que se intenta transformar. Esto de ninguna manera puede ser otra cosa que la realidad, y es claramente por ello que claro, cambiamos en lo personal, pero ese nunca es el objetivo final, sino sólo una consecuencia lógica dentro de lo que comúnmente se denomina “las contradicciones que vivimos”. Este concepto es también bastante discutible, porque como decíamos antes nuestra intención no es transformar un objeto exterior a nosotros mismos sino transformar la vida, esa misma vida que nos contiene: queremos abolir la contradicción entre esta forma de novida y, justamente, lo humano.

Esta contradicción, a su vez, no aparece desde el momento en que se adopta tal o cual ideología. De hecho, las ideologías no aportarán nada en ese sentido más que la sensación de pertenencia y movimiento que sin más que la adhesión conducirían a la revolución final. Lo que se quiere dejar en claro, al fin y al cabo, es lo siguiente: no estamos en contradicción con esta realidad por la ideología o no que adoptemos, es decir, no estamos en contradicción por ser comunistas y vivir en el mundo de la propiedad privada, no estamos en contradicción por ser anarquistas y vivir bajo el ojo de dios y el pie del gobierno. Estamos en contradicción porque somos asalariados, explotados y oprimidos en todos los aspectos de nuestras vidas, y es eso lo que nos empuja a luchar.Podremos reconocer más claramente esa contradicción entre la vida y lo que atenta contra ella, pero jamás nos salirnos de la realidad, por el sólo hecho de que vivimos en este mundo.

La sola idea de ser libres en un mundo de esclavos es inadmisible, como es inadmisible por esta misma situación la justificación de otras “contradicciones ideológicas” que sí son solucionables como la coherencia entre medios y fines, la solidaridad, etc. La realización del individuo en un sentido inmediato[5] también lo es, porque pareciera ser que la propaganda capitalista ha dado sus frutos: lo queremos todo acá y ahora, y si algo no nos lo proporciona no lo compramos… ¡Sí, compramos! porque a veces hasta se comprende a la teoría-practica revolucionaria como una mercancía más, que puede (y debe) agradar, dar identidad, con la que se puede simpatizar, y finalmente abandonarla cuando nos da la gana, total es una parte separada de nuestras vidas, de la que podemos prescindir cuando sea necesario.

Pero nosotros al igual que muchas personas, hemos entendido que la revolución no tiene sentido más que como transformación de lo cotidiano, aunque lamentablemente esto se ha malinterpretado al creer entonces que una transformación de lo cotidiano equivaldría a una revolución[6].

“Los que hablan de revolución y de lucha de clases sin referirse explícitamente a la vida cotidiana, sin comprender lo que hay de subversivo en el amor y de positivo en el rechazo de las obligaciones, tienen un cadáver en la boca”, afirmaba Raoul Vaneigem y en ella se han escudado, y no sin razón, tanto él como los demás “reformadores de la vida cotidiana”. Pero también podríamos entender esa afirmación comprendiendo su otra cara: Que quienes hablan de transformar la vida cotidiana sin referirse explícitamente a la revolución y a la lucha de clases, sin comprender lo que hay de subversivo en la acción individual pero a la vez social y de positivo en el rechazo de las ideologías individualistas, también tienen un cadáver en la boca… Ambas afirmaciones son verdades, pero separadas son sólo verdades parciales.quella concepción se asemeja a las ya no tan nuevas corrientes new age, que nos dicen que podemos ser felices y realizados si tenemos “paz interior”, sólo que algunos piensan lo mismo si tenemos “revolución interior”. Revolución interior, que creemos necesaria en un comienzo, como paso fundamental, pero que nos excede en el mismo instante porque no es un invento personal que fluye desde cada uno, es quizás un aspecto de la lucha revolucionaria, que puede comenzar modificando algunos aspectos de nuestras vidas y luego empujándonos a tomar protagonismo en la extensión de esos cambios en la totalidad del mundo… Ya que sólo podemos realizarnos como individuos en la medida en que nos relacionemos con las demás personas.

Nuestra mayor fuerza reside en la globalidad de nuestra implicación, en nuestra adhesión no a un grupo, subcultura, ideología o jefe… sino al movimiento real de abolición de todo lo que nos hace ajenos a nosotros mismos. “Lo que convierte a una lucha en global y universal no es su generalización y su generalidad, sino su radicalidad; es decir si es transgresiva, subversiva, si atenta contra la totalidad del sistema, contra su legitimidad. Aunque parcial, local, puntual, esta lucha contra cada aspecto de la violencia capitalista adquiere, si es radical, un carácter total. No apunta a una distribución distinta del poder, sino a su destrucción. No pretende la estatización de los medios de producción, sino la destrucción del valor de cambio y la gratuidad del don.”[7]

POST DATA:

No es nuestra intención adherir o contribuir a esos híbridos llamados “marxismo libertario” o “anarco-marxismo”, no estamos armando ningún rompecabezas, ni añadiendo fragmentos de Marx a Bakunin (o viceversa), sino que tenemos en cuenta a algunos anarquistas y a Marx (mas no a los marxistas) como ellos tuvieron que valorar a ciertos revolucionarios del pasado para poder superarlos.

Por un lado, bajo la categoría de “anarquismo” se han nombrado, como ya dijimos, diversas corrientes y concepciones del mundo incluso antagónicas, quizás por su propia falta de un guía o una doctrina más rígida. Lo que afortunadamente ha permito a algunos anarquistas avanzar verdaderamente sin la pesada carga de esa ”sagrada familia” de pensadores y dogmas, a otros les ha permitido tomarse la libertad de llamar anarquismo a lo que les vino en gana. Por el otro lado los marxistas han hecho con los textos de Marx, quien manifestó expresamente “yo no soy marxista” también lo que les vino en gana. Entonces, agregar un “ismo” tras el nombre de una sola persona, aunque ésta ya se encuentre muerta, tampoco garantiza nada.

Ya desde los inicios del movimiento obrero, ambas corrientes históricas contenían en sí mismas una expresión reformista y otra revolucionaria, pero pareciera que actualmente en vez de reflexionar sobre sus puntos fuertes se reivindican sus debilidades, y no sólo por parte del rival de cada una de ellas para el triunfo de su ideología en alguna discusión mediocre, sino también desde el “ista” en cuestión. En su momento haberse denominado como bakuninistas o como marxistas no permitió llegar a superar ambas ideologías, y es hoy que esa división nos llega arrastrándose desde el pasado y cada vez más putrefacta. Nuestra ventaja de considerarlas como ideologías está en que queda así muy clara la necesidad de superar lo que esa división tiene de falso problema. Para Debord, cada una de ellas contiene “una crítica parcialmente verdadera, pero perdiendo la unidad del pensamiento de la historia e instituyéndose ellas mismas en autoridades ideológicas”. 

Una corriente puede haber comprendido que el Estado debe ser abolido a como dé lugar, la otra habrá comprendido cuáles son las razones que llevan a instituir un Estado y para qué existe éste, por ejemplo[8]… entonces ¿Qué vamos a hacer? ¿Cada uno defender su “ismo” en competencia con el otro, para así cada uno tener una verdad parcial que separadas jamás llegarán a ningún lado? Si nos subordinamos a un “ismo”, seremos menos crítico con él que con los demás, ya que subordinaremos toda nuestra actividad (incluyendo nuestra crítica) a la victoria del “ismo” por el cual hemos tomado partido. Nos convertiremos en guardianes de ese “ismo”, en conservadores de esa tradición específica.[9]

Estas tendencias (anarquismo, marxismo, etc) son exigencias de la práctica, pero de lo que se trata es de la teoría del proletariado, que es exigida por su práctica para auto-suprimirse como clase.

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[1] Texto aparecido el nro.2 de la publicación Ruptura (Madrid, España) y recomendado para ampliar sobre este tema

Contacto: gruporutura@hotmail.com

[2] En nuestra historia los revolucionarios se han llamado a sí mismos o los han denominado de diferentes maneras: ludditas, comunistas, socialistas, nihilistas, anarquistas, libertarios, situacionistas, encapuchados y hasta liberales (como el grupo en el cual participaba Ricardo Flores Magón). Con estos adjetivos también se ha nombrado a diferentes reformistas y burgueses. Si bien estas categorías tienden a mejorar la comunicación y el entendimiento, muchas veces logran todo lo contrario.

[3] Para mayor información, leer el reportaje realizado a Federico Martelli en la revista Veintitrés de Febrero del 2007, titulado Los anarquistas de Scioli. allí pueden leerse cosas como: “Tengo formación anarquista, socialista y peronista. Trato de rescatar de cada uno lo mejor. Rescato de la ideología libertaria el amor por la libertad. Del peronismo la profunda transformación que realizó. Partidos puede haber un montón, lo importante es cuál es el movimiento nacional que represente a los trabajadores.” (¡¡!!) Extraído del nro.42 de la publicación ¡Libertad! (del grupo del mismo nombre). www.geocities.com/grupo_libertad

[4] “He aquí lo que diferencia a un hombre político de un revolucionario anarquista. No las palabras, no los conceptos, y, permitidme, bajo ciertos aspectos ni siquiera las acciones, porque no es su extremo concluirse en un ataque -pongamos radical- lo que las califica, sino el modo en que la persona, el compañero que realiza estas acciones, consigue convertirlas en momento expresivo de su vida, caracterización específica, valor para vivir, alegría, deseo, belleza, no realización práctica, no la realización de un hecho que mortalmente se concluye en sí mismo y determina el poder decir: “Yo hoy he hecho esto”. (Alfredo Maria Bonanno, La tensión anarquista.)

[5] Aquí vuelve a aparecer la visión moderna del mundo, donde todo es instantáneo…en el imaginario revolucionario muchas veces se comete el error de querer usar como sinónimos espontáneo e inmediato. En realidad, espontáneo hace referencia a que esto se lleva adelante sin agentes externos que lo provoquen, y no por la rapidez inmediata (o no) con la que se
realiza el acto revolucionario.

[6] Gilles Dauve, Prefacio a la edición española de “Declive y resurgimiento de la perspectiva comunista”. Ediciones Espartaco Internacional www.edicionesespartaco.com

[7]“He aquí lo que diferencia a un hombre político de un revolucionario anarquista. No las palabras, no los conceptos, y, permitidme, bajo ciertos aspectos ni siquiera las acciones, porque no es su extremo concluirse en un ataque -pongamos radical- lo que las califica, sino el modo en que la persona, el compañero que realiza estas acciones, consigue convertirlas en momento expresivo de su vida, caracterización específica, valor para vivir, alegría, deseo, belleza, no realización práctica, no la realización de un hecho que mortalmente se concluye en sí mismo y determina el poder decir: “Yo hoy he hecho esto”. (Alfredo Maria Bonanno, La tensión anarquista.)

[8] Aquí vuelve a aparecer la visión moderna del mundo, donde todo es instantáneo…en el imaginario revolucionario muchas veces se comete el error de querer usar como sinónimos espontáneo e inmediato. En realidad, espontáneo hace referencia a que esto se lleva adelante sin agentes externos que lo provoquen, y no por la rapidez inmediata (o no) con la que se
realiza el acto revolucionario.

[9] Gilles Dauve, Prefacio a la edición española de “Declive y resurgimiento de la perspectiva comunista”. Ediciones Espartaco Internacional www.edicionesespartaco.com